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Nació el 6 de mayo de 1985 en Queens, NY. Desde los seis años vive en Puerto Rico. Estudió y se graduó de la Academia Discípulos de Cristo de Bayamón. Obtuvo su grado de Bachillerato en Comunicación con especialidad en Periodismo en la Universidad del Sagrado Corazón en Santurce. Su práctica periodística fue en el periódico El Nuevo Día. Poco después laboró en el Senado de Puerto Rico como Oficial de Prensa, de dónde renunció misteriosamente. En el 2009 decidió posponer su carrera periodística para ser escritora. Actualmente es estudiante de Maestría en Creación Literaria con especialidad en Narrativa (cuento y novela) en la misma institución universitaria. En el presente realiza la tesis creativa, que consta en la creación de una obra literaria.

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sábado, 9 de octubre de 2010

A puerta cerrada


-¡Mauro! ¿De dónde carajo salió este gato sarnoso?
-No está sarnoso, papi, es que atropellé al pequeño con mi big wheel y lo dejé mal herido, entonces se quedó tirado en la acera y yo me lo traje para curarlo.
-Mira, puñeta, dame el jodío gato ese acá, que lo que vas a hacer es alargarle la agonía.
Lo recuerdo como ayer. Me llevé al pequeño lejos, donde papi no lo encontrara. Le estaba dando agua de una tetera cuando vi que se crecía una sombra frente a mí. Papi me tomó por la camisa, me elevó y me tiró contra la pared; tomó al gatito por la cabeza, lo restalló contra el piso y lo terminó de matar. Después me obligó a enterrarlo por mi cuenta en el patio trasero de nuestra casa.
-¡Mauro! ¿Qué carajo tú haces encerrado en el baño tanto rato? ¡Abre la puerta ahora!
-¡No puedo, papi, tengo mucho estreñimiento!
Y sucedió lo que me esperaba, papi rompió la puerta y presenció a su hijo aplicándose un enema. No puedo decir lo que pasó justamente después porque no lo recuerdo. Al parecer, mi cerebro no quiso guardarlo de recuerdo, posiblemente por lo traumático que fue el episodio. ¿Y cómo sé que fue traumático?, porque cada vez que trato de recordarlo me aborda un intenso deseo de llorar. A partir de entonces se me prohibió encerrarme tras las puertas. A la hora de bañarme, orinar, cambiarme, dormir, estudiar o… debía hacerlo con el riesgo y el temor de ser asaltado sorpresivamente.
-El galán que más me gusta es el malo –decía mi hermana, Leyla, mientras veíamos la novela.
-Pues el más que me gusta a mí es el bueno –le contestaba yo.
-Ay, ¡qué maricón! –se burlaba Leyla.
-Chica te estoy corriendo la máquina. Aprende a bromear.
-¡Deja que se lo diga a papi!
Por suerte, papi no se enteró porque Leyla se olvidó del comentario después. Ella siempre fue más madura de lo normal, adelantada a su edad, verdaderamente, una chica admirable.
-¡Mauro! ¿Qué carajo tú hacías metido en el cuarto con Jonathan? –me preguntó papi en el carro luego de dejar a Jonathan en su casa.
-¡Jugábamos Ouija, papi! Es el juego más tenebroso que he jugado en mi vida. Jonathan quiso llevar el suspenso al extremo y cerró las ventanas, apagó las luces y dejó una vela prendida… se me paran los pelos de sólo recordarlo.
-¡A partir del semestre que viene te voy a matricular en la escuela intermedia del pueblo!
-Pero, papi, ¿por qué? ¡Yo quiero graduarme con Jonathan, él es mi mejor amigo!
Papi perdió el control del volante y chocamos contra otro auto. No fue nada grave, pero a partir de entonces tuve que buscarme un trabajito porque papi hizo que costeara los gastos del accidente. Si bien nunca gasté en ropa ni en zapatos, me hice un religioso ahorrador. Todo lo que ganaba lo amontonaba en mi puerquito de ahorros para romperlo tan pronto cumpliera la mayoría de edad y hospedarme muy lejos. A veces me apenaba pensar que papi se quedaría solo con mi hermana, pero rápido me consolaba cuando notaba que Leyla se estaba haciendo mujer y que ya mismo estaría completamente capacitada para cuidar de él y para tranquilizarlo cuando le dieran esas loqueras que le dan a los veteranos.
“Leyla se parece mucho a tu mamá”, me decía papi todo el tiempo. Yo me emocionaba muchísimo cuando papi hablaba de mami porque se hacía tierno de pronto y mostraba una dulzura
extraña. Lo único que no me gustaba era que siempre terminaba hablando del accidente fatal que terminó separándolos.
Finalmente llegó el día en que pude romper mi puerquito de ahorros, recién había cumplido los dieciocho años. Me habían aceptado en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, en el Departamento de Biología. En total tenía unos seis mil dólares ahorrados y ya me encontraba haciendo las gestiones para alquilar un apartamento bueno. Contaba con suficiente dinero como para amueblar el apartamento que escogiera e invertir en una fina decoración. Luego de numerosas reprimendas, convencí a papi de que sólo sería un hospedaje y que algunos fines de semana hasta dormiría en su casa.
-Pero, coño, Mauro, me vas a hacer falta.
-Sobrevivirás, papi.
-Eso está por verse –me dijo chistosamente.
Pero Leyla quedó embarazada…
-Bendición, papi.
-Dios te bendiga, hija, te guarde, te proteja, cuide tu entrada y tu salida siempre.
-…
-¿Qué te pasa? Siempre te han gustado mis bendiciones papales.
-Estoy embarazada –le anunció con el rostro hundido entre los hombros y con voz grave.
-¿Qué? –gritó papi levantando la mano y dejándola suspendida.
-Por favor, no me golpees porque es un poco tarde para eso.
-¿Tú sabías esto, Mauro? –se volteó con la misma mano en el aire y me recriminó.
-¡No! –le dije enfáticamente.
-Perdón, papi, pero pienso tener el bebé y quedarme con él –dijo Leyla con determinación.
-Perfecto. ¡Pues vas a tener que criarlo lejos de aquí! ¡Mañana te quiero fuera de la casa! –sentenció papi con firmeza.
Esa noche ayudé a Leyla a empacar sus cosas y la llevé a casa de su novio.
-Sé que estarás bien con él. Estoy seguro que te quiere mucho –le dije mientras conducía.
-¿Cómo lo sabes? –me preguntó Leyla con curiosidad.
-Lo noto en su mirada y al hablar. Conozco muy bien a los hombres.
-¿Los conoces porque eres hombre?
Frené el carro innecesariamente, pero proseguí enseguida, ignorando su pregunta.
Fue extraño abrazar a Leyla frente a la casa de quien ahora sería su marido. Si mal no recuerdo, era la primera vez que nos abrazábamos con tanto sentimiento. Es más, nunca nadie me había abrazado con tanto ahínco. Leyla puso las manos alrededor de mi rostro, me acarició y me secó las lágrimas. Me besó en la frente y me dijo:
-Mauro, tengo la impresión de que todos somos unos farsantes…
-Terminaremos encarcelados, Leyla.
-Te equivocas.
-Leyla, entiéndelo. No puedo confesárselo a papi, así como tú, que le acabas de decir que va a ser abuelo.
-No olvides venir a visitarnos… solo o con algún amigo… no importa.
***
Papi no permitió que cancelara los planes de mudarme a Río Piedras y de comenzar mi primer semestre.
-Papi, es que todo ha ocurrido tan rápido. De pronto Leyla ya no va a estar ahí para cuidarte y yo no quiero dejarte solo.
-Mauro, por favor, no seas maricón. Te vas a mudar y vas a estudiar. Así aprenderás desde temprano a ser todo un hombre.
-Tendré un compañero de cuarto.
-¿Y? Eso de tener roommate es normal entre los universitarios. Además, ¿qué es lo peor que puede pasar?, que sorprendas a tu compañero con alguna chica en el sofá.
-¡No! –le dije asqueado.
-¿Y quién es? ¿Lo conoces ya?
-¡Por supuesto! ¿Te acuerdas de Jonathan?
-Ah, sí…
-Te voy a extrañar, papi.
-Y yo a ti, sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.
Pasaron los meses y ya me estaba haciendo daño seguir ocultándole a papi la verdad. Me corroía el estómago, estaba perdiendo mucho peso y mi rostro se llenaba de sombras. El día de mi cumpleaños número diecinueve me llamó papi muy temprano para felicitarme. Tan pronto terminé la llamada, me bañé y me vestí rápidamente. Manejé hasta su casa con determinación. Toqué a la puerta y le anuncié que era yo.
-¡Qué gusto, Mauro! Precisamente, acababa de empacar tu regalo.
Cuando iba a comenzar a quitar todas las cerraduras que había colocado compulsivamente hace unos años, le rogué que se detuviera.
-Papi, necesito decirte algo, pero tiene que ser así: tras la puerta cerrada.
-No jodas.
-Sí papi, porque tengo valor, pero no tanto. Porque sólo a puerta cerrada he sido yo. Porque es necesario que entiendas que, aunque me prohibiste por años encerrarme, yo he vivido encerrado todos estos años, como en un clóset.
- ¿Qué diablos dices, Mauro?
-Papi, soy gay.
Esperé a que abriera la puerta y me recibiera con un puñetazo directo a la boca, o que abriera la puerta y me diera un abrazo muy fuerte. “Es probable que después de abrazarme me mande pa’l carajo”, pensé. Simplemente esperaba algo que correspondiera a su fogosa personalidad, alguna reacción que demostrara su agresividad. Pero, simplemente, se limitó a permanecer en silencio tras la puerta cerrada, sin dejarme escuchar movimiento alguno. No podía oír nada venir del otro lado, ni respiros de ira, ni siquiera sollozos. Se mantuvo silente. Por primera vez papi rompió el esquema… para bien o para mal. No lo sé.

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